Lugares donde se desarrolla la novela

Lugares donde se desarrolla la novela
Cerro Lucero y Venta Panaderos

jueves, 21 de abril de 2016

El agua la traían en cántaros de la fuente de la Sirena, con una burra, estos son los cantaros. "El cador del arco iris", novela



 Las casas en la ladera de Acebumeya eran unas 50, pequeñas construcciones de adobe, que se componían de planta baja donde estaba el comedor y la cocina, espacio que a la vez se convertía por la noche en dormitorio, y en el primer piso estaba la llamada cámara que lo mismo servía para poner una  cama como para almacenar cebollas, ristras de ajos, patatas o mazorcas de maíz, según la época.  La cocina era un poyete en el comedor donde ardía la leña y las cepas secas de la vid, bajo una chimenea o “chupahumos”, en las ascuas se ponían las estrébede o trébedes de hierro y encima de ellas la olla. Al lado estaban los cacharos de aluminio colgados en la pared, la cantarera con dos cántaros grandes de agua y un botijo, esto era todo el hogar, aquí, en mis tiempos de juventud nunca llegaron ni la electricidad, ni el teléfono. La luz interior era producida por candiles de hierro negro que usaban como combustible aceite de oliva usado con una torcida de algodón o un trozo de tela, antes de que llegaran los candiles de petróleo o el camping gas. La luz era de un pobre amarillo casi lastimero.
        Había dos tabernas a las que llamábamos ventas donde vendían aguardiente, vino del terreno, tabaco y alguna longaniza más seca que las suelas de unas albarcas –que es como se dice aquí y no abarcas– y comprar pan.  De vez en cuando, aparecían algunos cazadores forasteros, y como éstos pagaban al contado les ponía algunas tapas de choto frito, o algunas arencas que brillaban como el cobre pulido con pan y aceite, envueltas en un papel de estraza eran un manjar, yo nunca me pude pagar una arenca. Nosotros, los críos nos quedábamos mirando al comensal, y esperábamos si alguno dejaba algo en el plato de loza, no por necesidad ya que comíamos en casa, sino por probar cosas nuevas y exóticas.  Los arrieros compraban fiado y a la vuelta de sus viajes era cuando pagaban. No había nada de nada, por ello, los vecinos nos ayudábamos en todo lo que podíamos. 
        Recuerdo como si fuera hoy mismo que en aquel cielo cobalto fondeaba siempre una pareja de águilas reales que cuando volaban bajo para robar algún chivo, su sombra temerosa, pasaba como una flecha invicta, ilesa, sobrecogedora, sobre los corrales,  y es que,   además de la pareja de águilas, había grajos en El Fuerte (cota 950 m. de altitud), y cerca de la alberca de Casimiro, vivía un viejo cárabo en el hueco de un jubilado algarrobo centenario de tronco torturado. El cárabo era un ave rapaz nocturna muy vieja,  más grande que un búho real, de plumaje rojizo y de cara achatada como si se la hubieran hundido con un golpe de pala. Y por muy extraño que os parezca, hijos míos, era tan viejo que había aprendido a hablar con voz de guacamayo, para quejarse de lo mal que tenía la vista y que le trajeran al algarrobo algún roedor. Fue este viejo cárabo quien contó a los ancianos de Acebumeya el secreto del arco iris sobre Cerro Lucero (cota 1.779 m. de altitud).
        Si al oscurecer la tarde, algunas parejas de novios se alejaban por la vereda del algarrobo, el cárabo les interrogaba ¡qué!, ¿adónde vais, litris, licenciosos? Niño litri era como decir golfo y vicioso.  Contaban algunos ancianos que le habían oído razonar como una persona, y que  contó algunas fábulas muy educadoras y reflexivas, que hemos olvidado para siempre.  Existía en Acebumeya un manantial que salía de entre las rocas de mármol con el agua más fría y pura del mundo ecuóreo, y  tan transparente como la inocencia de mis vecinos o como el mejor de los regalos posibles.
        Decían los viejos que junto a la fuente-manantial apareció inexplicablemente una sirena de tamaño humano, otros dijeron que era como un delfín, por eso al principio le llamaban la Fuente de la Sirena. Alguien dejó preñada a la sirena y nadie sabía ni cómo ni por dónde. Luego la sirena se marchó con el embarazo, y nada más se supo de ella, aunque el mar de Nerja está a unos 15 kilómetros al sur, por allí estará su hijo nadando y dando coletazos como un ballenato. 
        En Acebumeya había una aguja de reloj de sol que indicaba a las abejas el camino hacia las flores abiertas y deseosas de libaciones angelicales, aquí abundaban romeros, tomillos, lavanda, abulagas de bellas flores de amarillo cadmio y demás flora propia del Mediterráneo, como adelfas, cantuesos o esparto.  Lo peor que llevábamos eran las malditas y hambrientas moscas en el calor del verano y las más agresivas eran las verdes de las cuadras, también abundaban las avispas y los abejorros  negros zumbones. Y qué decir de las ensordecedoras chicharras, había una o dos  en cada pino, en cada olivo, en cada higuera, en cada granado, en cada almencino o en cada algarrobo. Cuando te acercabas a los árboles se callaban como criadas sorprendidas, luego cuando notaban que te habías ido volvían a chismorrear descaradamente. Por la noche, cuando la luna galopaba por los lomos de la sierra, y cuando las chicharras se callaban aparecían los grillos con su kri, kri, kri, kri…, como si mandaran callar  el croar de alguna rana en la alberca comunal de riegos de los bancales, de vez en cuando ladraba algún perro o se escucha el llorar de algún bebé.
        En los años de mi nacimiento en 1920 mi aldea tenía abancalada toda la vaguada a la solana, los balates de piedra suelta se iban reconstruyendo constantemente, sobre todo después de alguna tormenta, pues tenía escalones laterales para subir de unos a otros.  En la aldea de Acebumeya nací y reventé mi infancia y juventud trabajando con mi padre, hasta que llegó la maldita guerra civil y me liberé de sus delirantes celos de padre-patrón. Me liberé de la autoridad dictatorial de mi padre, pero con dieciocho años caí bajo la autoridad militar de los nacionales, porque me llamaron a filas para hacer el servicio militar obligatorio, pues ya hacía casi dos años que Franco había tomado Málaga..

Y hata aquí puedo llegare "El caazador del arco iris" novela de Ramón Fernández Palmeral. Puiblicada en Amazón
https://goo.gl/mYE56w

No hay comentarios:

Publicar un comentario