Lugares donde se desarrolla la novela

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martes, 29 de marzo de 2016

El Acebuchal: la aldea que el corazón levantó. Por Gema Martínez, Diario Sur de Málaga

El Acebuchal: la aldea que el corazón levantó
En 1948 el régimen de Franco ordenó deshabitar el pueblo. Los descendientes de aquellos moradores lo han rescatado de las ruinas








TIENE Aurelio Torres, 61 años, electricista y nacido en El Acebuchal, una memoria que retiene nombres, apodos, apellidos, parentescos, días, meses y años; y por supuesto todos y cada uno de los acontecimientos que han marcado su vida, con una intensidad narrativa que gusta bajar al detalle. Así que no supone esfuerzo alguno imaginarse la escena que cuenta, aunque se remonte a julio de 1948 y él tuviera entonces dos años: «Estábamos en un terreno mi abuelo y mis tíos. Estábamos en un 'quemao', cortando madera, y empezamos a ver movimiento de los maquis».

 Hay un libro de la historia de la aldea titulado: "La aldea de El Acebuchal". 2016. De los hermanos Vicky y Ramón Fernández. Pedidos 951 40 08 08.

Los maquis o gente de la sierra, que así llama Aurelio a los guerrilleros que continuaron la lucha contra el franquismo una vez terminada la guerra, tenían entonces varios campamentos en la Sierra Tejeda-Almijara, con algunos realmente importantes, como el de cerro Verde, en el que se escondían unas 200 personas. Y desde cerro Verde se veía El Acebuchal; y por eso El Acebuchal, con 37 casas y 150 vecinos, se convirtió para el régimen en una de esas aldeas que había que deshabitar, para evitar que los maquis pudieran conseguir en ellas refugio y comida.

«Hay que irse». Eso dice Aurelio Torres que dijo la Guardia Civil en agosto de ese mismo año: «Y así, sin dar la cartilla del paro ni aviso de conferencia, nos echó. Nos echaron sin derecho a nada». La aldea quedó vacía, abandonada durante años hasta que sus casas se convirtieron en ruinas. La diáspora llevó a la mayoría de sus habitantes a Frigiliana y a Cómpeta, los pueblos más cercanos, aunque muchos terminarían en Barcelona o el País Vasco.

Hacer una locuraEn completa ruina estaba el pueblo cuando Virtudes Sánchez convenció a su marido, Antonio García 'El Zumbo', de que hiciera real la querencia que llevaba en el corazón desde niña y que a él le parecía una auténtica locura: «Se me presentó la oportunidad de comprar una casilla... Se lo dije a mi marido. ¿Tú estás loca! No hay agua, ni luz, ni nada... Y yo decía: bueno, nos vamos, aunque sea con un candilillo».

Fue en 1998. La aldea llevaba deshabitada décadas; las pencas lo inundaban todo, y de las casas apenas si quedaban algunas paredes. Pero compraron. Compraron no sólo porque Virtudes llevaba en el corazón los paseos con su padre por la aldea vacía, sino porque inculcó ese mismo amor a los suyos, y así su marido y sus hijos, con sus propias manos, iniciaron una rehabilitación increíble, que ha traído al presente las antiguas calles empedradas, la pequeña ermita, la antigua casa del alcalde y prácticamente todas las viviendas que había, tal y como fueron, convirtiendo El Acebuchal no sólo en una aldea de nuevo habitada, sino en un reclamo rural al que llegan, mapa en mano, turistas hasta del norte de Escocia.

«Fuimos comprando y empezamos a meterle mano tal y como eran, porque mi idea era que el pueblo se quedara más o menos tal y como yo lo recordaba de niña. Compramos bastantes casas pensando en eso; por el miedo de que otros se metieran y rompieran el entorno», explica la mujer, que lleva ya un año viviendo permanentemente en la aldea de la que se marchó su padre.

Por eso, para que no se rompiera el entorno, todos los cables van subterráneos, sólo hay una antena comunitaria y han tenido en cuenta hasta que los contadores no se oculten en cajas de aluminio y que no haya tampoco puertas de hierro, porque eran de madera las de entonces.

Así que cuando los hijos, y los nietos y los sobrinos de los que de allí se fueron vieron lo que estaba ocurriendo siguieron los pasos de la familia de 'El Zumbo'. En estos momentos hay 32 casas y aunque algunas de ellas eran antiguamente cuadras, la mayoría son casi idénticas a las que había tras la posguerra.

«Tengo fotografía de la rehabilitación casa por casa, desde que pusimos el primer bloque hasta el último. Hemos estado dos o tres años trabajando, utilizando un generador de gasolina. Tuvimos que traer agua potable, porque no había, y mis padres compraron la electricidad, y luego vendieron a cada vecino un punto de luz. Era la única forma de hacerlo. Luego cada vecino puso 3.000 euros y compramos una depuradora». Quien habla es Antonio García, el hijo de Virtudes, el mismo al que su madre le metió la aldea en la añoranza infantil: «Desde que era chiquitito mis padres me inculcaron que me gustara la sierra. Mi madre me traía y me explicaba dónde estaba la calle, dónde la fuente en las que las mujeres venían a coger agua; la alberca donde iban a lavar... Desde chiquitito se me quedó esto en el corazón».

Cinco familiasAntonio y su mujer, que está embarazada de una niña que dirá ser de El Acebuchal, son una de las cinco familias que viven permanentemente en la aldea, hoy en el límite del parque natural Sierra Tejeda y Almijara, en donde, según dice, se vive en la gloria: «Aquí se vive en la gloria. No hay ni un ruido. Si queremos lío, vamos, buscamos lío y nos volvemos».

Por su expresión, en la gloria debe vivir también Patricia, nacida en Bélgica y una de las extranjeras que reside permanentemente en El Acebuchal, en una casa que alquiló al hermano de Aurelio Torres: «Mi casa y la de su hermano eran la antigua escuela del pueblo. Yo me enamoré de esto en cuanto lo vi. Vi el pueblo y ¿ahhh! Un mes después me vine. Viene mucha gente aquí. El bar está lleno hasta en invierno».

El bar del que habla Patricia lo regenta Virtudes y su familia. Dice su hijo que no era esa la intención y que les empujó la propia gente: «Teníamos un restaurante en Frigiliana y sabemos lo esclavo de este negocio, pero la gente nos lo pidió. Hoy, si no reservas un domingo, puede que no tengas sitio».

«Aunque se secara el agua del río la 'mulachín' no faltaré a la palabra, Dolores que por ti di». La copla la recita Aurelio Torres en ese bar, que iba a ser una cochera. Dice el hombre que se la cantaron a su bisabuela,que recibió entonces un curioso consejo de su amiga: «Cásate con él, que me ha enseñado siete duros».

Aurelio Torres, con una memoria que baja al detalle, ha rehabilitado también una casa que era de su abuelo, aunque la ha puesto en venta. De alguna forma, para él ésta es la tercera vez que vuelve a la aldea en la que nació y de la que le echó primero la Guardia Civil y después el hambre.

El primer regresoY es que cuenta Aurelio que años después de la primera diáspora, sin casa y sin trabajo, su padre decidió que la familia volviera a El Acebuchal. Corría 1953 y allí se encontraron las casas deshabitadas, también llenas de pencas, de ratas, de culebras y murciélagos. Asegura Aurelio que un año antes había muerto el último maqui de la zona: «Se llamaba Antonio Sánchez Martín, alias 'El Loma'. El teniente le dio un tiro en el corazón delante de sus dos niñas. Eso es verídico, porque el que acompañaba al teniente lo he tenido yo en mi casa durmiendo, y me lo ha contado», dice.

También asegura que en ese su primer regreso ya se encontró un pueblo muerto: «Pero mi padre podía cortar pinos por la noche, aunque estaba prohibido. Estuvimos un año y pico solos. Luego empezó a venir más gente: Mi padrino Frasco, Antonio, Ana, Dolores, Baldomero... Allí había comida, porque se hacía carbón, cogíamos palma para hacer colchones, y esparto. Sacábamos la esencia de las 'tomillas' y le vendíamos al guarda los piñones para que reforestara».

A principio de los 60 el entonces IARA prohibió tocar los pinos: «Me parece muy bien, pero mi padre, mi abuelo y mis tios hacían carbón y la sierra jamás se quemó». «Nos quedamos sin trabajo -continúa-. La sierra no se pisaba, porque nos multaban». Así que cogieron las tejas, las puertas y todo aquello que podía valer y volvieron a marcharse.

Hoy Virtudes está decidida a quedarse definitivamente allí: «Hemos trabajado muchísimo. La aldea estaba en el suelo toda entera. Donde están esos jardines antes había un 'tiraero' de cabras; había ramas de matas, piedras, pencas... Pero ha merecido la pena. Cuando vienes y la ves... Yo, cuando ya llego a la Cruz Gitana y veo las luces encendidas, tengo bastante».

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