(Fragmentos de la obra)
Y es que cuando Pastora pasaba por la única calle de la
Acebumeya, a Adriano Orgaz la lengua resentida se le movía como la cola de una
chota para criticar, y todo por envidia, la gente decía que en la juventud
Pastora lo despreció como pretendiente.
No es que la gente lo dijera, es que fue verdad. Y tal vez esto le
provocaba recelos y envidias. Y es que
una mujer no podía despreciar a un hombre, ni siquiera Pastora, la hija de
Casimiro Ruiz, el Talabardero, la más
guapa de todo el lugar. ¡Vaya...!, que hasta los cantos rodados del camino se
quedaban en reverencia dejándose pisar en un ji,ji,ji,ji..., de guijarros rozados
unos con otros.
Evaristo, el Feo,
enemigo encarnizado de Adriano Orgaz, tenía muy mala leche y mala condición, le contó a Gabino, por la amistad que tenían
desde la infancia y porque fueron quintos y sirvieron en el mismo Regimiento
del Arsenal de la Carraca en Cádiz, que Pastora, su mujer, le estaba engañando
con Adriano Orgaz. Y aquella aldea, que
no era ni una cagada de mosca en un mapa,
tenía la fatalidad de que cualquier crítica pasaba de boca en boca sin
compasión, con esa mala costumbre de empezar diciendo: te voy a contar una
cosa, pero no se la digas a nadie. Y al otro día o esa misma tarde, todo el
mundo lo sabía.
(Bifurcación hacia Acebumeya, donde ocurrió el crimen)
(Bifurcación hacia Acebumeya, donde ocurrió el crimen)
Así que una tarde
de venganza, Gabino se acercó con su caballo hasta la loma de la Cruz Gitano
camino de Frigiliana, lugar maldito y gris donde adivinabas que, si alguien te
espera allí, era para hablar contigo muy, pero que muy en serio. Esperó
pacientemente.... Eso, muy paciente, a que regresara Adriano de una de sus compras para el abastecimiento de la taberna. Mientras llegaba Adriano, Gabino se sentó a
comerse la merienda: cortaba el cerdo seco con una navaja grande. Seguro que Gabino pensaba en lo que le iba a recriminar: Adriano, ¿es verdad que te acuestas con mi mujer? Y Adriano
nervioso debería ponerse a la defensiva, no,
no es cierto, son habladurías, ya sabes cómo es la gente de mala. Y Gabino
respondería: Pues ten cuidado con lo que
se hablas, porque yo no tengo mucha paciencia.
Al fin llegó la
hora y Adriano venía montado en su mulo romo o burdégano (caballo y burra),
Gabino lo frenó en seco y sujetando el cabestro del animal le hizo bajar.
Parece que la conversación que tuvieron fue otra a la que había pensado Gabino.
Debió ser así:
–Adriano he venido a matarte, lo que te voy a preguntar
es duro, muy desagradable para mí, ¿es cierto que te acuestas con mi
mujer? –Imitando el tío Antonio la voz
de Gabino-.
–Mejor será que se lo preguntes a ella, y lo que ella te
diga será la verdad, no puedo dejar a una mujer por embustera ni mentirosa. –Imitando mi mujer la voz de Adriano-.
–No, yo quiero que tú me la digas, aquí y ahora, a solas
como los hombres, sin que te escudes en la gente de la Acebumeya. –dramatiza el tío Antonio.
–Tú eres un enfermo de los celos, vete a tu casa, y te
acuestas y duermes un poco el vino que llevas encima, que me das miedo con esa
navaja en la mano. –dramatiza mi mujer.
–Dímelo ahora, mira que tengo poca paciencia. –El tío Antonio-.
Es el momento
en que Adriano se subió en la mula
porque temía lo peor y se quiso marchar.
–No me des la espalda, que te estoy hablando y cuando un
hombre te hable mírale a la cara. –Mi
mujer en su papel.
–¡Déjame ya de una puta vez! Tú crees, que ya a mis
cincuenta años voy a ir cortejando a las mujeres de los demás. Bastante tengo ya con tres mujeres en mi casa: mi madre, mi
mujer y mi hija. –El tío Antonio-.
Y Gabino, ciego por los celos y la ira, sin querer,
confesó después, que le acarició con la navaja en el estómago para impedirle
que le diera la espalda, con la mala
suerte de clavársela en una de esas venas digestivas, corte pequeña por donde
se desangraba tal cual odre pinchado por el pico de una espada o catana,
Adriano se echó las dos manos al vientre pero no había forma de contener
aquella hemorragia.
Yo pienso para mí solo: “Ciego por los celos y por los
cuernos, que a veces, los primeros cuernos duelen mucho, luego algunos hasta
viven de ellos y no me refiero a los matadores de toros”.
–Me has matao Gabino, por una mentira,
¡asesino! –grita el tío Antonio.
Gabino subió a su
caballo, convencido de que había hecho justicia de honor, cuando al mirar para
atrás vio que Adriano Orgaz se desangraba en el camino, arrepentido, se acercó
hasta la encorvada figura del herido grave y lo montó en el caballo vinoso y
tiró para Frigiliana a toda priesa,
en la cuesta del Manchego se había desangrado Adriano Orgaz como un choto
degollado.
Cuando se enteró
la Chacha Lola, viuda desconsolada, cogió un almocafre y se fue con su hija a
recoger la sangre que se había empapado en la tierra, que como una estimada reliquia no quería que
la sangre de su marido fuera pisoteada en el camino por las bestias y las
suelas de los zapatos o abarcas. Y Gabino se fue directo al cuartel de la
Guardia Civil para presentarse como autor del crimen. Un abogado aconsejó a Pastora Ruiz, que en el
juicio oral, debía decir que
efectivamente era amante de Adriano Orgaz, aunque fuese mentira, porque matar
en defensa del honor, la pena sería mucho menor, en aquellos años donde el
adulterio estaba penado, y para el marido burlado era cuestión de honor. Pastora que sólo había conocido a un hombre
en su vida, su marido, se vio acosada por la familia de los Gabino, y tuvo que
mentir, y decir que efectivamente era la amante de Adriano Orgaz, tragándose
las lágrimas como sapos de los viñedos. ¡Como si una mujer no tuviera honor que
defender! El honor, en aquellos años, era patrimonio exclusivo de los hombres. Como Pastora quería a Gabino de verdad y
además tenían un hijo, mintió al juez, diciendo que se veía con Adriano en un
caserón viejo de la Acebumeya de Abajo.
Testificó como se lo habían preparado y lloró lágrimas como piedras de
molino sin orificios, pero los Orgaz no se lo perdonaron nunca. Pastora Ruiz fue condenada a la pena de cárcel
por adulterio por varios años, pero solamente estuvo unos meses en la prisión
de mujeres de Málaga. Y Gabino también fue condenado a varios años en prisión,
más media fortuna gastada en abogados. Pero la mujer, hijo e hija
de Adriano Orgaz no estuvieron nunca conforme con las penas de los pocos
años de cárcel y juraron venganza familiar: vendetta al mejor estilo siciliano.
Yo añadiría a la
historia de Gabino Onibag que estando preventivo se fugó de la cárcel de Vélez-Málaga
y no volvió a saber nada de él. Hasta que muchos años después apareció muerto
en calle Carretería de Málaga con una puñalada bajera, signo evidente de una
venganza cumplida, pero ¿quién cumplió esa vendetta?
Cumplida la condena Placida regresó al Cortijo Grande.
Pero las habladurías, el no mirarte, el
escupirte, y el desprecio vecinal fue la causa de que Pastora se marchara con
su hijo al barrio de Pedregalejo en Málaga. Se quedó con el mote de Pastora, la Adúltera, y nunca más su figura
erguida con sombrero de palma cruda, vestida de luto se vería pasar por el
Collado de Asunción, y no hubo más alegrías matinales de paseos de mujeres
solitarias en aquella aldea perdida de la mano de Dios. Donde las más mujeres,
casi nunca iban solas.
28/ Justino Orgaz, único hijo varón del
difunto Adriano Orgaz y de Chacha Lola, juró
sobre el cuerpo presente de su padre que algún día le vengaría con sangre de los Gabinos, pero no pudo
cumplir su venganza porque de joven se murió de una pulmonía, tan sólo podía
cumplirse la obligación de la venganza en un varón de sangre materna, en este
caso se pasó al hijo ilegítimo de Plácida Orgaz y de Antonio Simón, llamado en
realidad Atilano pero de sobrenombre Judas, y así es como se quedó con el
horrible apodo.
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